Neuroarquitectura y Confinamiento

 

Los espacios que habitamos (y cómo nos habitan ellos) 

 
 
 
El hogar como espacio único de la vida - Tamara Conforti

El hogar como espacio único de la vida - Tamara Conforti

Nota por Laura Marajofsky, observadora y crítica vocacional. Redacción en La Nación y cía. #Girlboss en Mapa de Barmaids & Afines. Producción cultural. Inquieta profesional.

15 de junio de 2021

 

¿Pueden acaso los espacios que habitamos pensarse como una continuación natural de nuestros estados mentales y emocionales? ¿Qué revelan los espacios de nosotros? ¿Qué tienen para aportar la psicología o disciplinas más recientes como la neuroarquitectura sobre el tema? ¿Y cómo sucesos como el confinamiento han impactado en las ideas en torno al desarrollo arquitectónico y de espacios en los hogares?

Un hecho inescapable de la vida moderna, quizás hoy más que nunca, es que pasamos gran parte del tiempo en unos pocos cuartos en nuestras casas, adecuando nuestras rutinas, actividades y hasta estados de ánimo a ellos, y viceversa. En maneras no sorprendentes estos espacios también ocupan nuestros pensamientos y condicionan nuestras expectativas y deseos. ¿Pueden acaso los espacios que habitamos pensarse como una continuación natural de nuestros estados mentales y emocionales?

“El hecho que este tiempo en pandemia hemos estado condicionados a pasar tanto tiempo en los mismos espacios de nuestras casas hace que nuestro día a día sea aún más rutinario de lo normal. El cambio de ambiente, sentir que estás activo, moviéndote o “cambiando de aire” ya te da un sentido de orientación y despejo. Por ende, ahora más que nunca es cuando las personas se están dando cuenta lo mucho que influye el tipo de ambiente en el que viven, y se han visto obligadas a repensar y reconfigurar el diseño de sus espacios personales. Cada día hay más gente comprando plantas para el interior, moviendo muebles para sentir que cambiaron de escena, pintando paredes, dejando la ventana abierta para que ventile el espacio cuando antes preferían el aire acondicionado. ¿Cuántos cambios han realizado en sus espacio durante este último año?”, comenta la arquitecta Stephany Knize, egresada del Savannah College of Art and Design (SCAD), trabajando actualmente en Holanda.

Si desde hace un tiempo se viene indagando en la psicología del urbanismo y en el diseño de ciudades inteligentes con exponentes como Peter Zumthor o Jan Gehl, con la pandemia y la creciente intersección entre psique, espacio y salud, una mayor atención se le está dedicando al tema. Se suman además variables que también se vienen trabajando y se han “puesto de moda” como la sustentabilidad, e incluso la accesibilidad –el concepto de Ciudades de 15 minutos tiene que ser de los más repetidos esta cuarentena. Asimismo es sabido que los habitantes de grandes ciudades tienen tasas más altas de ansiedad y neurosis, de estrés crónico y de enfermedades mentales, entre las que sobresalen la depresión y la esquizofrenia.

En este contexto no sorprende que le estamos prestando más atención al 6x6 en el que pasamos gran parte de nuestros días, comemos, dormimos y ahora también trabajamos, festejamos cumpleaños, educamos a los niñes e infinidad de otras tareas que se montan unas sobre otras como los días que ya lleva esta agotadora pandemia mundial. Sin embargo, la influencia ambiental sobre la salud, aunque puesta de manifiesto por el COVID, no es algo nuevo y de hecho algunos enfoques como la neuroarquitectura se vienen estudiando a lo largo del mundo y ya se aplican en áreas tan diversas como el marketing, la economía, la política o la educación.

El nuevo y valiente mundo de la neuroarquitectura

Pero, ¿qué es exactamente la neuroarquitectura? La misma combina elementos de diversos campos para constituirse en un enfoque multidisciplinario sobre la arquitectura. Se consideran aspectos psicológicos y emocionales a la hora de planificar y diseñar ambientes que, al final del día, incentiven determinados estados de ánimo sobre el individuo. En este campo se emplean mediciones de la actividad cerebral de las personas cuando están interactuando con un espacio construido, mientras tocan sus materiales, observan sus dimensiones o sienten su temperatura. Estos datos se combinan con otras variables como la frecuencia cardíaca o un electroencefalograma para observar cómo van cambiando los niveles de estrés o ansiedad del individuo.

“Desde hace ya unos años, muchos campos de conocimiento están nutriéndose de la neurociencia. La denominación ha surgido de añadirles el prefijo neuro al nombre de las disciplinas receptoras (neuromarketing, neuroergonomía, etc.). De su aplicación a la arquitectura surge la NeuroArquitectura. Éste es un término muy reciente, que exige la aplicación de los rigurosos procesos de la neurociencia en el estudio de la dimensión cognitivo-emocional del diseño arquitectónico, con el objeto de ofrecer espacios optimizados (hospitales que favorezcan la recuperación de sus pacientes, aulas que potencien el aprendizaje, oficinas que contribuyan a aumentar la productividad, espacios comerciales que favorezcan la intención de compra, viviendas que potencien el bienestar, etc.)”, explica Carmen Llinares Millán, profesora de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de Edificación de la Universidad Politécnica de Valencia, especializada en analizar la influencia psicoemocional en el ser humano de los espacios arquitectónicos.

La doctora Millán forma parte junto a otros profesionales del LENI (Laboratorio Europeo de Neurotecnologías Inmersivas) y NeuroArquitectura de i3B. El laboratorio NeuroArquitectura del Instituto de investigación e innovación en bioingeniería (i3B) de la Universitat Politècnica de València tiene como objetivo entender y evaluar el comportamiento humano en el espacio arquitectónico, analizando la respuesta psicológica, neurofisiológica y comportamental de sus usuarios.

Algunas de las aplicaciones de las investigaciones del laboratorio incluyen experiencias a nivel sanitario centradas en la reducción del estrés, a nivel comercial el diseño de puntos de venta de empresas, sobre todo aquellas que quieren cambiar su imagen, y en lo urbano, desarrollos vinculados con la sensación de seguridad de los peatones, ya que como cuentan, desde la ciudadanía hay una gran demanda. “A nivel docente, actualmente estamos acabando de desarrollar un proyecto cuyo objetivo es encontrar los parámetros de diseño que contribuyen a la mejora de las capacidades cognitivas de los estudiantes universitarios. Se emplean muchas horas en este tipo de espacio bajo una alta exigencia. El objetivo es que el diseño de las aulas (a través del color, la iluminación o la geometría) permita potenciar las funciones cognitivas relevantes en el proceso enseñanza-aprendizaje”.

Otras metodologías transversales que se cruzan con la neuroarquitectura y que suelen ser usadas para la investigación, son el Evidence-Based Design (EBD) o Diseño Basado en Evidencia Científica, que es la aplicación del método científico con el objetivo de encontrar evidencia que vincule parámetros de diseño arquitectónico con respuestas en el usuario. También existe desde la década del 70´ la ingeniería Kansei, que permite hallar las relaciones entre la percepción emocional que un usuario tiene de un producto, los distintos parámetros de diseño y la valoración final del mismo.

“En este sentido, es importante destacar que en los últimos años hemos visto cómo numerosos despachos profesionales publicitan entre sus actividades la realización de diseños a partir de neuroarquitectura. Aunque es posible que apliquen las directrices de diseño obtenidas por trabajos anteriores, procedentes siempre del ámbito científico, resulta muy complicado creer que en el desarrollo de su actividad profesional sigan los procesos que esta disciplina requiere. El trabajo con registros neurofisiológicos y simulación ambiental, necesita una infraestructura técnica y científica muy diferente a la de un estudio de arquitectura”, advierte Millán sobre un reconocimiento tácito de apropiación del término y/o tergiversación con fines publicitarios o para captar clientes de alta gama. De hecho, en el último tiempo se suele asociar esta rama con el desarrollo de viviendas de lujo.

Lo cierto es que la neuroarquitectura, a diferencia de cualquier servicio experimental que se promocione, está basada en estudios rigurosos y replicables, que evidencien relaciones causales, cuantificables y racionales.

Otro mundo, otros espacios -y estados de ánimo

Mientras que el cerebro controla nuestro comportamiento y los genes dirigen el diseño y la estructura del cerebro, el ambiente puede modular la función de los genes y, en última instancia, la estructura del cerebro cambiando nuestro comportamiento. Al planificar los entornos en los que vivimos, el diseño arquitectónico cambia nuestro cerebro y nuestra conducta”, explicaba Fred Gage, neurocientífico del Salk Institute y discípulo de Jonas Salk, quien fuera considerado el padre de la neuroarquitectura. La historia cuenta que a mediados de los 50s Salk, quien estaba investigando una vacuna contra la poliomielitis tomó un viaje inspiracional a Italia, donde pasó una temporada en el Convento de San Francisco, una construcción del siglo XIII. Volvió de su viaje renovado y con nuevas ideas, por lo que convocó al arquitecto Louis Kahn y juntos construyeron el Instituto Salk, que hoy es un centro de investigación de vanguardia con sede en California.

No parece difícil pensar que si en pleno auge de las neurociencias y con cada vez más hallazgos en el campo de la epigénetica (el estudio de la relación entre influencias genéticas y ambientales en el ADN), nos volvamos hacia el espacio y pensemos no sólo cómo está impactando nuestra salud emocional, sino también cómo obtener evidencia mensurable para desarrollar diseños y políticas. En la era del big data, nada ni nadie escapa a un análisis cuantificable, aunque, todavía, el acceso a servicios de neuroarquitectura esté fuera del alcance del consumidor final.

Pero entonces, ¿qué importancia reviste una disciplina como la neuroarquitectura hoy en día?

“El uso de nuestras viviendas, de forma intensiva y prolongada en el tiempo durante el confinamiento ha puesto en valor el papel del hábitat y ha reabierto el debate sobre cómo queremos que sean nuestros espacios. De hecho, son varios los autores que apuntan a un nuevo paradigma, ubicando en el centro del diseño al usuario, atendiendo principalmente a sus necesidades y requerimientos, para conseguir que las viviendas contribuyan, a través de su diseño, a mejorar nuestro bienestar emocional”, apunta Millan.

Por su parte, Knize explica que quizás la frase célebre de Louis Sullivan “form follows function” podría ser hoy remplazada por “form follows feeling” (la forma sigue al sentimiento). Y es que nos hemos dado cuenta que tanto nuestras emociones como pensamientos están asociados con los espacios que nosotros mismos creamos en nuestro hogar. Y que son parámetros que arquitectos y diseñadores de interiores van a utilizar para crear una experiencia final que sea integral y satisfactoria. “Tuvo que pasar una pandemia para que le demos más atención a crear ambientes saludables, sustentables, y que generen inspiración para llevar a cabo nuestras actividades diarias. Cada persona, tiene una habilidad innata de poder adecuarse al espacio, y al mismo tiempo, hacer que el espacio se acomode a uno. Por eso, y por lo que estamos viviendo, es tan necesario habitar espacios que den sentimientos de esperanza e inspiración, para que así el trauma psicológico o social que generó la pandemia no sea tan profundo y trágico”.

En este sentido conceptos contemplados desde la neuroarquitectura para diseñar espacios, como las vistas al exterior, la proxemia (las distancias físicas que las personas mantienen entre sí para conservarse dentro de una zona de confort en función de la relación y del tipo de interacción que posean) o el contacto visual, se vuelven hoy cuestiones más urgentes que nunca.

El color, es otro gran potenciador o inhibidor. “No creo que sea casual que al principio de la pandemia ponían arcoiris en las ventanas de las casas como manera de representar simbólicamente el tema de la esperanza después de la lluvia”, agrega Marina Maiztegui, diseñadora de interiores de la popular cuenta @soloparami. “Está comprobado científicamente que uno reacciona de distintas maneras al color: el rojo te da más ganas de comer, el amarillo y el naranja también, porque son colores asociados en la naturaleza con la comida, a lo rico y saludable, por eso en los restaurantes por lo general general usan estos colores para abrir el apetito. Por otro lado el verde y el azul están asociados al descanso, el azul porque tiene que ver con el cielo, el mar, con mirar algo que no tiene fin, que te da paz y calma. Motivo por el cual se emplean en dormitorios o en lugares para relajarte. Toda la gama de los azules y los verdes tienen que ver con eso, son colores que te invitan a que descanses y te relajes. El naranja es un color asociado con creatividad pero también es un color muy pilas. El color contribuye un montón para generar sensaciones y nos genera alegría cien por ciento por eso, porque el mundo es de colores”.

¿El futuro de la arquitectura?

Algunos son más escépticos al respecto de estas nuevas tendencias simplemente porque entienden que la arquitectura, en algunas regiones como Latinoamérica, tiene una deuda mayor en otros sentidos.

Alejandro Csome es arquitecto, tiene su propio estudio, y además, se dedica a comunicar y difundir arquitectura con un enfoque ATP y que intenta salirse un poco “de la producción endogámica de arquitectura”, en redes como Twitter (@alejandrocsome), Instagram o inclusive Twitch, donde es seguido por miles de personas. “Neuro arquitectura para mí es un esfuerzo marketinero de tratar de vender arquitectura, básicamente porque ya considero que la arquitectura se tiene que encargar de todo este aspecto de cómo se percibe el espacio. Hoy estamos en un estado de crisis porque no se resuelve lo más básico de la arquitectura que es que los lugares sean fáciles usar, sean cómodos, estén bien ventilados, bien iluminados y que estén pensados para la actividad que se va a realizar adentro”, dispara.

Csome también explica que acá lo que en general se hace son o viviendas prefabricadas o viviendas que no tienen un estudio de la arquitectura en el espacio que se va a habitar, por tanto mucho menos consideraciones como los colores que se van a elegir, el mobiliario que se va a usar, muchísimo menos, pensar en diseños teniendo en cuenta las necesidades del grupo humano. “Por lo general se diseñan containers en la capacidad de sustantivo abstracto de la palabra, no en relación a un contenedor real sino en lo que va a ser contenedor de la vida, y listo. Argentina tiene una capacidad de respuesta muy grande en cuanto a la matrícula arquitectónica, pero poco acceso económico a eso, por eso por lo general la arquitectura se termina relegando y los actores que empiezan a aparecer para suplir la necesidad material es gente que no está inmersa en el campo de la arquitectura; y si no se estudia, no se produce y no se hace.”

Pese a esto Csome señala la importancia de la psicología en el diseño de espacios, pero destaca, “no nos preparan en psicología para tener en cuenta estas cosas en la facultad, el cliente es una figura metafórica”, y relata que él mismo sugirió llevar familias con “problemas reales” a algunas cátedras de la universidad para que los alumnos escuchen y diseñen soluciones en base a esto.

El reverso de esta situación, en otro continente, plantea por el contrario horizontes que parecen del género sci-fi. Laboratorios como el de la Universidad de Valencia aparte de recabar datos de tipo médico, también realiza análisis de datos mediante técnicas estadísticas y de machine learning, y suma la utilización de tecnologías inmersivas o VR (realidad virtual). “Una de las principales limitaciones al estudiar la relación diseño-respuesta emocional del usuario es la dificultad de imaginar (no siempre podemos evocar cómo nos sentiríamos ante determinados cambios de diseño). La NeuroArquitectura trata de sortear esta limitación incorporando la simulación ambiental. Utilizando realidad virtual mostrada a través de dispositivos inmersivos podemos hacer que los usuarios vivan diferentes situaciones de diseño, y determinar cuáles son las más apropiadas; algo difícilmente viable en espacios físicos. Además, permite simular escenarios en condiciones controladas, de forma que es posible alterar un atributo concreto de diseño, sin modificar el resto y testear un número elevado de configuraciones”, concluye Millán.

Pese a las diferencias todos parecen coincidir en algo: un error fundamental es creer que el mundo de la arquitectura está fuera de nosotros. “Al entrar a un espacio — el espacio entra inmediatamente a nosotros mismos también (a nuestra mente, comodidad, sensibilidad, etc.). Entonces la experiencia entre un espacio y una persona es siempre un intercambio”, cierra Knize.

 
 

Stephany Knize